“Nadie
huye del Amo”. Ese conocimiento lo tenía gravado en el cerebro desde que
llegó aa ese lugar y había sido una tonta al creer que podría ser diferente al
resto de las que se encontraban allí, que ella sí lograría lo que nadie había
logrado en siglos, pero había estado equivocada. Los guardias la sujetaron apenas
había dado dos pasos fuera de la torre donde estaba designada a quedarse por el
resto de su permanencia a menos que él requiriese su presencia y la habían
arrastrado a una habitación que no conocía.
La habían desnudado sin pensarlo dos
veces dejándola tirada sobre una alfombra con una lencería diminuta en la silla
que se encontraba a su lado y se dio cuenta al levantar la vista de que se
encontraba en un baño por lo que resignada a su suerte se aseó como era debido,
secándose tanto la piel como el cabello. Encontró unas cremas corporales que se
colocó sabiendo que estaban ahí por una razón y finalmente se colocó la
lencería que eran las únicas prendas en ese lugar que podría usar, sabía lo que
vendría ahora que había desobedecido a su amo, había intentado escapar, iba a
ser castigada por ello.
Los guardias volvieron sacándola de allí
y caminó en medio de ambos con las manos a los costados, la cabeza agachada, su
cabello suelto hiciera de cortina para no verlos, como si esto pudiera hacerla
sentir mejor, pero la presión en su pecho no cesaba. Una puertas de roble
gigantes se abrieron para darles paso, ella camino más de lo que los guardias
lo hicieron, se arrodilló con las piernas separadas, las manos en la espalda y
la cabeza gacha en señal de sumisión, tal vez con esto apaciguaría un poco a su
amo.
El silencio que siguió al cierre de las
puertas, indicando la desaparición de los guardias la hizo estremecer, no
presagiaba nada bueno que no estuviera diciendo nada o tal vez no se encontraba
en la habitación, pero se refrenó de levantar la vista, si lo hacía y se
equivocaba, el castigo se incrementaría. Finalmente oyó un suspiro, la
decepción se hizo presente en el aire que respiraba, le costaba inhalar y
exhalar correctamente, como si el oxígeno se negase a ingresar en ella sabiendo
que había cometido un error de tamañas dimensiones.
No se intercambiaron palabras, ella
quería pedir perdón pero sabía mejor que hablar si no le daban permiso y en ese
preciso momento estaba segura de que él no se lo daría, no se lo merecía
tampoco por lo que había hecho, así que permaneció en su lugar callada, rogando
mentalmente que la perdonase por su insensatez. Sus zapatos a penas hicieron
ruido cuando se acomodó mejor en su lugar poniéndose de pie y caminando hacia
ella, hizo dos círculos alrededor suyo para ordenarle que se pusiera de a
cuatro con los muslos separados como la perra que era, no se merecía siquiera
ese título por la barbaridad que había intentado cometer.
La lencería que llevaba puesta era tan
fina y transparente que con sólo obedecer sabía que su amo tendría una vista de
su trasero por completo así como de sus partes más íntimas y eso causaba una
reacción en su cuerpo. Si previo aviso un certero golpe se asestó entre sus
piernas dando en su coño directamente haciéndola gemir y apretar la mandíbula,
no debía quejarse, esto era parte de su castigo y debía tomarlo sin que se le
escape ni un sonido o sería peor.
El siguiente golpe del látigo múltiple
de cuero que su amo estaba usando en ella alcanzó uno de sus senos, no se
limitaría a simplemente darle un castigo entre las piernas, debía enseñarle que
cada parte de su cuerpo le pertenecía y que mejor forma que con el dolor que
iba sintiendo, al mismo tiempo que en su interior se encendía una llama que
conocía a la perfección. Los latigazos fueron impartidos por todo su cuerpo,
certeros en cada golpe, nada quedó sin la marca roja que estos dejaban al
pasar, sólo su rostro estaba fuera de los límites pero cuando finalmente él
terminó, su cuerpo estaba completamente rosa, con marcas en la espalda y nalgas,
su interior ardía y su lencería denotaba cuanto le había afectado aquello,
haciéndola sonrojar al tiempo que se sentía orgullosa, no se había quejado, lo
había soportado tal cual debía y eso la hacía sentirse fuerte.
No había terminado, su amo se colocó
frente a ella, sabía lo que quería que haga por lo que agachó la cabeza para
comenzar a lamer lentamente cada parte de sus zapatos, dejándolo brillante de
saliva antes de volver y besarlo, era la forma de pulirlos que ellas debían
usar cuando su amo se los ordenaba, en este caso no hacían falta las palabras.
Una vez terminado el pulido, los pies de aquel hombre desaparecieron hacia
atrás pero ella no había perdido la postura, aún estaba a cuatro patas y con la
lencería empapada por la reacción traicionera de su cuerpo al castigo que le
había sido impartido.
Sintió que estiraba su lencería
causándole un estremecimiento, ya que rozaba así su clítoris y abrió la boca
jadeando cuando se dio cuenta de lo que iba a ocurrir, frío, duro y grande,
esto iba a ser incómodo pero ella estaba lista, sabía lo que él quería así que
relajó los músculos de su cuerpo para dar paso al juguete anal que conocía.
Lentamente y de forma deliberada él fue introduciendo el juguete en su
interior, habiéndolo lubricado antes como lo había notado y quedando en su
lugar cuando lo colocó del todo en su trasero, haciéndola sentir llena y algo
extraña, pero lo malo de eso era que su coño latía por dentro, causando que
quisiera retorcerse pero no lo hizo, no se movió un milímetro más de lo que le
era permitido.
Una vez más los pasos de su señor la
hicieron sentirse extraña, le colocó en el cuello un collar con una correa de
perro, tiró ligeramente en señal de que quería que lo siguiera y así lo hizo,
con algo de dificultad puesto que su culito estaba lleno por aquel tapón que le
había puesto, su interior latía y su lencería estaba empapada, comenzando a
sentir que esta humedad iba a expandirse por sus muslos pronto. La guió por el
gran corredor hasta otra habitación, una que no había conocido, cuando la
puerta fue abierta ella entró siguiendo al amo y este la llevó hasta un aparato
que sólo había visto en películas, un symbian.
Sin mediar palabras el amo la acomodó en
el juguete haciendo a un lado su tanga para penetrarla con un dildo del tamaño
de su propia polla haciéndola gemir, cosa que él aprovechó para ponerle una
bola roja de mordaza y amarrar sus manos en su espalda causando que ella
tuviera que estar sentada derecha. Sus piernas y muslos fueron igualmente
sujetados al suelo, estaba a horcajadas, con el dildo en ella, el tapón en su
ano y sin poder decir nada, esto no le gustaba, no comprendía por qué su amo la
había traído a ese lugar, pensó que la castigaría más pero no que la pondría
allí.
Una sonrisa siniestra cruzó el rostro de
aquel hombre, mostrando en sus manos algo que la hizo gemir y querer escapar
pero no podría, estaba atrapada y amarrada en ese momento, nadie más que él
podría liberarla. El dolor de las pinzas metálicas en sus pezones la hicieron
gemir y unas lágrimas rodaron por sus mejillas, jamás las había tenido puestas
antes pero ahora era diferente, y notó que él colocaba unos pesos en la cadena
que unía las pinzas haciéndola gemir más aún porque tiraban bastante.
-Creo
que por ahora es suficiente castigo para ti pequeña perra… a ver si aprender a
no rebelarte contra mi autoridad ni mucho menos intentar escapar de mi
territorio – Encendió un interruptor que la hizo
reaccionar, era el symbian que cobraba vida, haciéndola temblar, por más que lo
intentase no habría forma de que ella pudiera esconderse de sus vibraciones en
su clítoris ya que las amarras de sus muslos la pegaban al aparato y las
embestidas en ella rápidamente la llevaron sobre el límite, pero no se detuvo y
cuando abrió los ojos el amo ya no se encontraba allí.
Este sería su castigo, constantes
orgasmos hasta que no pudiera más, le darían alimentos y luego vendría la
negación, la llevaría al borde una y otra vez sin dejarla correrse, para que
aprendiera que sólo si el amo estaba de acuerdo ella podría tener satisfacción,
así como la primera parte le enseñaba que el amo podía ser benevolente y darle
placer si era una buena perrita - ¿Crees
que supere las 12 horas, esclava? – Su voz era firme, segura, con un tono
de diversión y mando – Yo creo que no
amo, es sólo una simple humana después de todo… - Una sonrisa cruzó su
rostro mirando al hombre que estaba frente a ella, alto, elegante, con la
camisa abierta hasta la mitad del torso y su cabello tan lacio y largo que la
hacía morderse el labio de solo observarlo.
-Ven, tengo una idea de cómo puedes hacer el día más interesante de lo que ha sido… aún no comprendo cómo lograste convencerla para intentar escapar… - La sonrisa en el rostro del hombre la hizo sonreír también y caminó tras el obedientemente hasta el salón donde se sentó a sus pies antes de responder – Un poco de persuasión y la ayuda de Aleera fue más que suficiente… Feliz Día mi señor…