lunes, 26 de agosto de 2013

Nadie huye del Amo



Nadie huye del Amo”. Ese conocimiento lo tenía gravado en el cerebro desde que llegó aa ese lugar y había sido una tonta al creer que podría ser diferente al resto de las que se encontraban allí, que ella sí lograría lo que nadie había logrado en siglos, pero había estado equivocada. Los guardias la sujetaron apenas había dado dos pasos fuera de la torre donde estaba designada a quedarse por el resto de su permanencia a menos que él requiriese su presencia y la habían arrastrado a una habitación que no conocía.

La habían desnudado sin pensarlo dos veces dejándola tirada sobre una alfombra con una lencería diminuta en la silla que se encontraba a su lado y se dio cuenta al levantar la vista de que se encontraba en un baño por lo que resignada a su suerte se aseó como era debido, secándose tanto la piel como el cabello. Encontró unas cremas corporales que se colocó sabiendo que estaban ahí por una razón y finalmente se colocó la lencería que eran las únicas prendas en ese lugar que podría usar, sabía lo que vendría ahora que había desobedecido a su amo, había intentado escapar, iba a ser castigada por ello.

Los guardias volvieron sacándola de allí y caminó en medio de ambos con las manos a los costados, la cabeza agachada, su cabello suelto hiciera de cortina para no verlos, como si esto pudiera hacerla sentir mejor, pero la presión en su pecho no cesaba. Una puertas de roble gigantes se abrieron para darles paso, ella camino más de lo que los guardias lo hicieron, se arrodilló con las piernas separadas, las manos en la espalda y la cabeza gacha en señal de sumisión, tal vez con esto apaciguaría un poco a su amo.

El silencio que siguió al cierre de las puertas, indicando la desaparición de los guardias la hizo estremecer, no presagiaba nada bueno que no estuviera diciendo nada o tal vez no se encontraba en la habitación, pero se refrenó de levantar la vista, si lo hacía y se equivocaba, el castigo se incrementaría. Finalmente oyó un suspiro, la decepción se hizo presente en el aire que respiraba, le costaba inhalar y exhalar correctamente, como si el oxígeno se negase a ingresar en ella sabiendo que había cometido un error de tamañas dimensiones.

No se intercambiaron palabras, ella quería pedir perdón pero sabía mejor que hablar si no le daban permiso y en ese preciso momento estaba segura de que él no se lo daría, no se lo merecía tampoco por lo que había hecho, así que permaneció en su lugar callada, rogando mentalmente que la perdonase por su insensatez. Sus zapatos a penas hicieron ruido cuando se acomodó mejor en su lugar poniéndose de pie y caminando hacia ella, hizo dos círculos alrededor suyo para ordenarle que se pusiera de a cuatro con los muslos separados como la perra que era, no se merecía siquiera ese título por la barbaridad que había intentado cometer.

La lencería que llevaba puesta era tan fina y transparente que con sólo obedecer sabía que su amo tendría una vista de su trasero por completo así como de sus partes más íntimas y eso causaba una reacción en su cuerpo. Si previo aviso un certero golpe se asestó entre sus piernas dando en su coño directamente haciéndola gemir y apretar la mandíbula, no debía quejarse, esto era parte de su castigo y debía tomarlo sin que se le escape ni un sonido o sería peor.

El siguiente golpe del látigo múltiple de cuero que su amo estaba usando en ella alcanzó uno de sus senos, no se limitaría a simplemente darle un castigo entre las piernas, debía enseñarle que cada parte de su cuerpo le pertenecía y que mejor forma que con el dolor que iba sintiendo, al mismo tiempo que en su interior se encendía una llama que conocía a la perfección. Los latigazos fueron impartidos por todo su cuerpo, certeros en cada golpe, nada quedó sin la marca roja que estos dejaban al pasar, sólo su rostro estaba fuera de los límites pero cuando finalmente él terminó, su cuerpo estaba completamente rosa, con marcas en la espalda y nalgas, su interior ardía y su lencería denotaba cuanto le había afectado aquello, haciéndola sonrojar al tiempo que se sentía orgullosa, no se había quejado, lo había soportado tal cual debía y eso la hacía sentirse fuerte.

No había terminado, su amo se colocó frente a ella, sabía lo que quería que haga por lo que agachó la cabeza para comenzar a lamer lentamente cada parte de sus zapatos, dejándolo brillante de saliva antes de volver y besarlo, era la forma de pulirlos que ellas debían usar cuando su amo se los ordenaba, en este caso no hacían falta las palabras. Una vez terminado el pulido, los pies de aquel hombre desaparecieron hacia atrás pero ella no había perdido la postura, aún estaba a cuatro patas y con la lencería empapada por la reacción traicionera de su cuerpo al castigo que le había sido impartido.

Sintió que estiraba su lencería causándole un estremecimiento, ya que rozaba así su clítoris y abrió la boca jadeando cuando se dio cuenta de lo que iba a ocurrir, frío, duro y grande, esto iba a ser incómodo pero ella estaba lista, sabía lo que él quería así que relajó los músculos de su cuerpo para dar paso al juguete anal que conocía. Lentamente y de forma deliberada él fue introduciendo el juguete en su interior, habiéndolo lubricado antes como lo había notado y quedando en su lugar cuando lo colocó del todo en su trasero, haciéndola sentir llena y algo extraña, pero lo malo de eso era que su coño latía por dentro, causando que quisiera retorcerse pero no lo hizo, no se movió un milímetro más de lo que le era permitido.

Una vez más los pasos de su señor la hicieron sentirse extraña, le colocó en el cuello un collar con una correa de perro, tiró ligeramente en señal de que quería que lo siguiera y así lo hizo, con algo de dificultad puesto que su culito estaba lleno por aquel tapón que le había puesto, su interior latía y su lencería estaba empapada, comenzando a sentir que esta humedad iba a expandirse por sus muslos pronto. La guió por el gran corredor hasta otra habitación, una que no había conocido, cuando la puerta fue abierta ella entró siguiendo al amo y este la llevó hasta un aparato que sólo había visto en películas, un symbian.

Sin mediar palabras el amo la acomodó en el juguete haciendo a un lado su tanga para penetrarla con un dildo del tamaño de su propia polla haciéndola gemir, cosa que él aprovechó para ponerle una bola roja de mordaza y amarrar sus manos en su espalda causando que ella tuviera que estar sentada derecha. Sus piernas y muslos fueron igualmente sujetados al suelo, estaba a horcajadas, con el dildo en ella, el tapón en su ano y sin poder decir nada, esto no le gustaba, no comprendía por qué su amo la había traído a ese lugar, pensó que la castigaría más pero no que la pondría allí.

Una sonrisa siniestra cruzó el rostro de aquel hombre, mostrando en sus manos algo que la hizo gemir y querer escapar pero no podría, estaba atrapada y amarrada en ese momento, nadie más que él podría liberarla. El dolor de las pinzas metálicas en sus pezones la hicieron gemir y unas lágrimas rodaron por sus mejillas, jamás las había tenido puestas antes pero ahora era diferente, y notó que él colocaba unos pesos en la cadena que unía las pinzas haciéndola gemir más aún porque tiraban bastante.

-Creo que por ahora es suficiente castigo para ti pequeña perra… a ver si aprender a no rebelarte contra mi autoridad ni mucho menos intentar escapar de mi territorio – Encendió un interruptor que la hizo reaccionar, era el symbian que cobraba vida, haciéndola temblar, por más que lo intentase no habría forma de que ella pudiera esconderse de sus vibraciones en su clítoris ya que las amarras de sus muslos la pegaban al aparato y las embestidas en ella rápidamente la llevaron sobre el límite, pero no se detuvo y cuando abrió los ojos el amo ya no se encontraba allí.

Este sería su castigo, constantes orgasmos hasta que no pudiera más, le darían alimentos y luego vendría la negación, la llevaría al borde una y otra vez sin dejarla correrse, para que aprendiera que sólo si el amo estaba de acuerdo ella podría tener satisfacción, así como la primera parte le enseñaba que el amo podía ser benevolente y darle placer si era una buena perrita - ¿Crees que supere las 12 horas, esclava? – Su voz era firme, segura, con un tono de diversión y mando – Yo creo que no amo, es sólo una simple humana después de todo… - Una sonrisa cruzó su rostro mirando al hombre que estaba frente a ella, alto, elegante, con la camisa abierta hasta la mitad del torso y su cabello tan lacio y largo que la hacía morderse el labio de solo observarlo.
 
-Ven, tengo una idea de cómo puedes hacer el día más interesante de lo que ha sido… aún no comprendo cómo lograste convencerla para intentar escapar… - La sonrisa en el rostro del hombre la hizo sonreír también y caminó tras el obedientemente hasta el salón donde se sentó a sus pies antes de responder – Un poco de persuasión y la ayuda de Aleera fue más que suficiente… Feliz Día mi señor…

jueves, 11 de octubre de 2012

Misión Especial (Parte 2)

Las horas iban pasando lentas mientras ella cuidaba de aquella rosa sin igual, no había forma de que dejase que la maravilla que la madre Gaia entregaba cada 179 años fuera a perderse, mucho menos a marchitarse o no cumplir con su ciclo a tiempo por algún tipo de descuido por parte suya, eso sería definitivamente imperdonable tanto de su parte como de su propio amo, aunque él no estuviera completamente al tanto de lo que se vendría en los próximos días. Se había llevado la rosa a una habitación totalmente oscura, cubriendo las ventanas con cortinas de color blanco aunque las mismas estuvieran selladas por fuera y en el lugar sólo la luz de las velas alumbrase formando las sombras y figuras que tarde o temprano jugarían un papel predominante en la transformación de los 5 días.

Se había vuelto a cambiar, una falda roja con un pequeño encaje negro de un centímetro y medio adornándola, la camisa negra ajustada al cuerpo por encima de la falda a penas cubriendo su ombligo, medias finas de licra negras cubriendo sus piernas y sus pies calzados con un par de zapatos de tacón de 7 centímetros de alto. Su cabello alzado en dos coletas, recogidas ambas con cintas rojas y su fiel katana enfundada en su mano derecha, le daban el aspecto de una joven estudiante de algún internado que simplemente estaba allí observando aquella flor que yacía en una cama de seda celeste preciosa y sencillamente recostada, como si nada pudiera perturbarla en su descanso.

Un par de horas habían pasado, parecía una estatua cuando una voz susurrante se oyó en la habitación, en un principio la ignoró hasta que se hizo tan potente que no pudo seguir haciendo como que no le prestaba atención y cerró los ojos, no quería distraerse y perderse con una tontería así que en cuanto estuvo centrada respondió a la voz - Me encuentro protegiendo la Rosa de los Infiernos, revélate ante mí y no uses trucos baratos para intentar arrebatarme lo que protejo puesto que sólo hará más rápida tu desaparición de este plano - Una sombra surgió tras de la protectora, tomando forma humana para poder rodearla con sus brazos a los que ella reaccionó haciéndose a un lado y traspasando los mismos, se volteó sin abrir los ojos y con un movimiento de su katana cortó la risa estúpida que aquel ser estaba profiriendo, logrando que todo volviera a la quietud y el silencio correspondiente.

No hubo momento de duda en cada ocasión que sombras y entes se presentaron en busca de la belleza, poder y rareza de la Rosa que ella estaba protegiendo para su amo, puesto que sería el mejor regalo que podría darle en sus años de vida y sabía que no había nada que pudiera compararse con el resultado de su búsqueda y su consistencia con aquella flor que simplemente descansaba en su cama de seda. Había estado pensando en su amo y en lo que esto significaría para él cuando todo terminase, estaba segura de que alguna recompensa iba a tener, sea de la forma que fuese, con o sin recompensa, ella pelearía por darle lo mejor y nada más que lo mejor a su amo y señor.

Los días pasaron, las visitas en esa habitación no se hicieron esperar hasta que la noche final, sólo unas horas antes del momento culminante de trasformación, su cuerpo agotado por la falta de alimento y su mente batallando contra la locura, recibió la visita del último ser que querría ver en ese lugar y en esas circunstancias puesto que dudaba de sí misma en poder mantenerse en pie y lograr su objetivo - Vaya, vaya... pero si es la Rosa de los Infiernos... - Esa voz profunda la alertó sacándola de su letargo, era imposible que su presencia se diera en esa habitación pero finalmente nada era imposible así que su mente la hizo comprender que se encontraba en la presencia de una criatura de las profundidades del abismo buscando algo que podría bien pertenecerle si ella no se hubiera puesto en su camino.

Con la fuerza que tenía se puso en pose de defensa, sabía que esa sería la batalla más difícil y en la cual se probaría a si misma así que estaba dispuesta a todo, sus dudas se disiparían en el calor de la situación y saldría airosa o al menos esos eran sus pensamientos en el momento en que los ojos negros se clavaron en los suyos dándole escalofríos que recorrieron su cuerpo desde los pies a la cabeza y de regreso - No pretenderás competir con el señor de las tinieblas pequeña... no vas a ganar... sólo lograrás que tu alma me pertenezca para siempre y la condena eterna sufrirás en mis mazmorras - Aquellas palabras en vez de imprimir el miedo que deberían de haber colado en sus huesos, causaron una sonrisa ligera extenderse en el rostro de la guardiana de la rosa y su cuerpo estaba en posición más relajada aunque no perdía su pose de defensa.

-Señor sólo tengo uno y Él es el Señor del Abismo, en cuanto a vencerte puede que pierda en batalla pero sé que la condena de mi Amo y Señor sería un millón de veces peor que cualquiera que pretendas imponer en tus dominios puesto que el Señor a quien sirvo no tiene comparación - Aquel ser de ojos tan profundamente oscuros seguía observándola serio, como si aquello que ella acababa de mencionar fuera imposible, puesto que él debía ser el Señor de las Tinieblas y no había nadie que fuese capaz de superarlo, pero más que las palabras era la convicción con la que había rebatido sus afirmaciones. Se acercó a su cuerpo desapareciendo de su vista con sólo un parpadeo, la sujetó de las caderas por atrás apegándola a su cuerpo con brutalidad y manteniendola apretada para que no pudiera siquiera moverse para sacar la katana que aún mantenía en su mano a pesar de la sorpresa que de seguro le había dado por su rapidez.

Ni se inmutó al sentir las manos que la sujetaban, ella sabía que él estaba completamente perdido con las palabras que dijo inicialmente, porque ella era completa y únicamente de su amo, no había nada que la hiciera dar la espalda a ese hombre y era la razón por la cual estaba en esa habitación, y si ese demonio quería algo de ella podría tomarlo pero no tomaría para nada su devoción - Veamos de qué eres capaz cuando estas atrapada pequeña - Susurró en su oído antes de comenzar a usar sus uñas para desgarrar esa camisa negra que tenía sobre su cuerpo dejando algunas marcas y algunas gotas de sangre comenzando a recorrer el blanco cuerpo de aquella muñeca que podía matar a cualquiera y ser capaz de los mayores placeres del mundo si se lo proponía.

Aquellas uñas, dedos y manos recorrieron su cuerpo paralizado por los poderes de aquel ser de las sombras burlándose de ella con cada pedazo de tela que cayese al suelo y al mismo tiempo sangre o herida que su cuerpo sufriera o sintiera recorrerla pero aún así no había soltado su katana, su mano estaba fuertemente cerrada y el demonio estaba perdiendo la paciencia puesto que la tenía desnuda, herida, agotada luego de días sin dormir, de batallas con otros entes pero ella seguía allí de pie y sabía que podría derrumbarla y no volvería a levantarse pero le gustaba ver cuanto podría aguantar - El placer será tu perdición - Sus palabras enviaron a su cuerpo una corriente de placer que se centró finalmente en su centro y la hizo estremecer, pero en vez de dejarse ir simplemente apretó los dientes y a pesar de que ese despreciable ser enviarse oleada tras oleada y su cuerpo sufriera por los orgasmos que la destrozaban y la hacían temblar como hoja de papel, su mente seguía fija en una sola cosa - No... fallaré... a... mi... amo...

En cuanto esas palabras salieron de su boca, el reloj dio la campanada de media noche y un resplandor encendió la habitación volviéndola completamente blanca, causando que ambos cerrasen los ojos y ella a pesar del agotamiento aprovechó el poco movimiento que le fue permitido por la distracción del demonio para  utilizar la katana clavándola en el pecho de aquel oscuro ente que desapareció con un rugido ensordecedor. Casi ciega por la luz que aún brillaba proveniente de la Rosa de los Infiernos, caminó en su dirección y la tomó con su cama de seda, las puertas se abrieron y se tambaleó afuera de la habitación caminando de memoria hasta el salón donde su amo se encontraba sentado en su trono como era costumbre.

Se puso de rodillas ante él, desnuda, con el pelo revuelto por completo cubriendo partes de su cuerpo y con rastros de sangre por toda su piel - Mi a... amo... esta es... la Rosa Azul Universal... - Colocó la flor con su cama de seda en las manos de su Señor y perdió el conocimiento con una sonrisa en su rostro puesto que había logrado lo que se propuso, el regalo que su amo más podría apreciar sería uno que pudiera entrar a su Musa y qué mejor regalo que una rosa de color celeste que nunca se marchitaría y representase al Universo entero en su belleza, tal y como su amo describía en algunas ocasiones a la Musa. La leyenda decía que la Rosa Azul Universal era una exquisita criatura, podría tomar la forma que quisiera pero más que nada concedía un deseo, el deseo puro del corazón de quien la poseyera, y mantendría la belleza y la vida eterna hasta que su dueño o dueña decidiera que era tiempo de partir dejando el mundo de los mortales y sería sólo en ese momento en el cual se marchitaría y moriría junto con su razón para existir.



sábado, 25 de agosto de 2012

Misión Especial (Part 1)

Larga capa cubría su cuerpo ondulando al viento de la noche que se escurría para recorrer sus facciones mientras montada en su fiel corcel galopando en dirección definida, con la meta fijada y sin duda alguna de que su misión sería exitosa, porque el fracaso no existía en Su vocabulario y por lo tanto en el de ella tampoco lo haría, jamás. Aquella no era una de sus caserías normales, una de esas que ya a estas alturas de su existencia se volvieron mucho más simples de lo que fueron alguna vez cuando fue enviada fuera por primera vez, llena de miedo, vergüenza y deseo ferviente de cumplir perfectamente con lo que se le había ordenado.

Un evento extraordinario ocurriría en unos días más y estaba obligada a brindar tal regalo, necesitaba demostrar su verdadero compromiso a pesar de haber pagado por años con su más mortal lealtad, sentía que esto era algo que no tendría comparación alguna con todas sus misiones previas, completadas a la perfección. La segunda luna llena consecutiva en un periodo de treinta días se daría por segunda vez, el último día del octavo mes del año, y aquellos ignorantes a este fabuloso hecho serían los frustrados, pues la obtención de aquella joya tan rara en este mundo y los otros sólo se dejaba ver con cinco días de anticipación a este evento tan particular.

Su corcel la llevó directamente a aquella cueva en la montaña más remota y allí, en ese punto, bajo la luz de una antorcha empezaba realmente su viaje a lo más profundo de la tierra, pues era en aquel lugar de oscuridad donde se encontraba la más preciada joya que se pudiera desear y que sólo en leyendas era encontrada, pero aún así, era muy vaga su descripción. A medida que bajaba por las escaleras de piedra en forma de espiral, su mente daba vueltas alrededor de las miles de leyendas que había escuchado sobre la criatura que guardaba aquel tesoro de incalculable valor, pero no para aquellos que buscaban aprovecharse monetariamente del mismo pues intentarlo simplemente causaría su destrucción.

-Detenga sus pasos – Salió de sus pensamientos en segundos cuando la luz de su antorcha iluminó a un hombre fornido que se encontraba frente a ella, observó a su alrededor y notó que habían otros dos hombres más del mismo estilo que el primero y sus miradas estaban todas clavadas en ella pero eso no la hizo retroceder – No hay nada que ver aquí señorita, retome sus pasos en dirección opuesta y vuelva de donde vino – Uno de ellos dijo con seriedad pero era ridículo, teniendo la experiencia de tantas misiones sabía que de no haber un tesoro escondido siguiendo las escaleras que se encontraban detrás del hombre más fornido de todos, no estarían tres de ellos custodiando el camino.

Sin mediar palabra dejó caer la capa que cubría su cuerpo dejando a la vista sus largas piernas, cubiertas a penas por una medias negras que llegaban casi a sus rodillas, complementando eso con zapatos de tacón negros y que definitivamente a cualquier otra mujer la harían perder el equilibrio, sin embargo a ella sólo le ayudaban a verse mucho más elegante cuando cumplía su deber. La vista de los hombres, sin embargo, se quedó clavada más bien en el escote de su camisa blanca que apretaba sus pechos, así como la faldita con vuelo que llegaba tan solo a medio muslo y a la altura de la cual llegaba el largo de sus cabellos negros sujetados en dos coletas a los lados de su cabeza.

Se acomodó las ligeras gafas transparentes que tenía puestas y sonrió como si todo fuese muy pero muy divertido para ella, esto empezaba a ser divertido, por lo tanto dio unos pasos al frente pero los hombres volvieron a sus miradas serias – Deténgase señorita – Como si no los pudiera escuchar dio otro paso más acercándose al fortachón que custodiaba las escaleras y como era de esperar uno de los otros intentó sujetarla pero se escuchó un silbido suave y firme para luego ver como la cabeza de aquel hombre rodaba al suelo con su cuerpo cayendo inerte, sin vida - ¿Qué demonios? – Jadeó uno de ellos asombrado para luego mirar a la joven que ahora sostenía en sus manos una preciosa espada, tan fina como una hoja de papel y tan letal como acababan de comprobar, con una sonrisa maligna en sus labios levantando la vista hacia ambos.

Unas horas después, antorcha en mano y la espada ensangrentada en la otra subía las escaleras una figura fantasmagórica salía de aquellas profundidades, un ser casi sin vida que parecía haber entregado su mismísima alma y cuerpo a los seres más abominables que la imaginación de un mortal no sería capaz de captar en eras. Subió al corcel que como perseguido por la mismísima Muerte galopó por el camino, mientras su jinete simplemente se dejaba guiar por el instinto del animal quien había recorrido esas tierras tantas veces que tenía grabado en su cerebro el mapa para llegar a su objetivo sin problemas.

Las grandes paredes de piedra los recibieron en silencio, a las rejas estas se levantaron y accedieron al interior de aquella fortaleza que pocas veces era vista como tal, puesto que se la consideraba territorio prohibido, un lugar donde sólo el placer, la lujuria y el dolor reinaban, y era por ello que generalmente las personas se mantenían alejados de sus alrededores. El corcel se detuvo antes de las escalinatas de mármol a las cuales bajó su jinete, la espada enfundada en su montura fue dejada y caminó con las fuerzas que le quedaban en dirección al salón principal, donde seguramente Él estaría esperando.

Con un silencio sepulcral las grandes puertas de roble adornadas con plata y oro se abrieron dando paso al salón principal, un lugar demasiado sencillo pero lujoso al mismo tiempo y en cuyo mismísimo centro se encontraba un trono de lo más particular, tanto que sólo el dueño del mismo podía sentarse en él y si alguna vez tenía la suerte de complacerlo, tendría el honor de poder sentarse junto al mismo. En pocas palabras lo que se veía era el lujo pero al mismo tiempo la humildad de aquel ser que a pesar de haber logrado amasar la fortuna que tenía, se consideraba a sí mismo un hombre humilde, servidor y caballero; lo cual sin duda alguna vivía para demostrar que lo era y así sería siempre hasta el fin de los días, puesto que intentaba probar lo que aquellos que le servían ya sabían.

Se dejó caer de rodillas frente a su Señor, su falda estaba totalmente destrozada, como si garras la hubieran reducido a meros retazos de lo que solía ser una hermosa falda con vuelo de colores rojo y negro, sus medias no había sufrido menos y su camisa, manchada con sangre aún se mantenía en pie contra su cuerpo – Mi Amo – Fueron las palabras que dejaron sus labios sin levantar la mirada del piso, desdobló con cuidado el pedazo de su capa que había usado para ocultar lo que había obtenido en aquella cueva y levantó sus brazos que temblaban hacia Él, aun manteniendo la mirada en el piso como buena sierva de su Señor.

En sus manos se encontraba una hermosa rosa totalmente abierta, más grande que cualquier otra que haya podido ser vista en el mundo de los hombres y mucho más maravillosa de lo que cualquiera podría ser capaz de averiguar. Esperó con paciencia unos momentos mientras estaba segura que su amo estaría observando aquel detalle pero sabía que había algo particular acerca de esa rosa y sin levantar la vista habló – Una ofrenda por la natividad de mi Amo y Señor… esta rosa que parece ser simplemente una rosa de gran tamaño es uno de los dones de la madre Gaia que se ven con extrema rareza puesto que en cinco días más esta flor dejará de ser como la veis ahora para convertirse en la joya más anhelada por poetas y otros quienes anhelan y desean lo exquisito…

Sabía que tal vez su amo estaría algo sorprendido por su actuación en esta situación, en esta fecha pero bien ella sabía que este regalo, esta ofrenda, sería de más valor cuando hubiesen pasado los siguientes cinco días que hacían falta para que la luna cumpliera con su ciclo de nuevo y la rosa se volviera la razón por la cual había arriesgado su vida – Permítame mi Señor, ofreceros ahora esta rosa bañada en sangre y al mismo tiempo la cuidaré hasta que en cinco días más usted tenga el mayor tesoro que nadie podría aspirar a tener y más leyendas habrán de hablar de caballero lobo y su gran e incalculable tesoro.


Continuará...

jueves, 26 de enero de 2012

Ilusión o Libertad

La oscuridad que la cegaba fue reemplazada por una mirada, ojos rojos que brillaban con un destello sin igual, no habían presendentes al respecto y mucho menos habría explicaciones para lo que aquella noche sin luna se daría en algún lugar del planeta que la mayoría de sus habitantes llamaba Tierra. Nadie podría explicar el por qué esa noche había tomado la decisión de cambiar, de tomar las riendas y escapar de su prisión por unas horas, lo cual no era algo inusual pero lo que cualquiera intentaría averigur era el motivo de ¿por qué esa noche en particular? No había luna en el cielo que iluminase el exterior para que pudiera al menos observar algo mientras estaba libre por las horas que su cuerpo se lo permitiera.

Tomó en sus frágiles manos aquella pequeña caja de cristal como si fuera la primera vez que la notaba en la habitación, cubierta de polvo se encontraba aquella pequeña cosa sobre la pálida piel de la joven que observaba con ojos curiosos y brillantes lo que había encontrado ya en varias ocasiones pero que su mente no le permitía reconocer ni mucho menos recordar. La fijar su vista en el lado derecho encontró una pequeña llave que sobresalía, la cual giró con sus dedos con dificultad o al menos eso le parecía, puesto que la presión que hacía era ligera para cualquiera, mas ella no era cualquiera, no era normal, era la sombra o tal vez los restos de un ser que en el pasado había sido catalogado como normal.

La dificultad de girar aquella llave la hizo tardar un tiempo que no hubiera sido necesario perder pero en cuanto había dado al menos 5 vueltas a la misma se encontró con que sus oídos podían escuchar el sonido de suaves violines ejecutando una melodía que le parecía ser conocida y que en su mente poco a poco se fue abriendo paso para ocupar por completo sus pensamientos hasta que una luz la dejó comprender que aquella melodía no era nada más que su propia creación. Volteó escuchando una voz llamando su nombre, hablando en un idioma desconocido para todo mortal, un idioma de sueños, de ilusiones y un hombre se encontraba parado a unos metros a su izquierda, elegantemente vestido con un reluciente traje negro y una rosa roja en sus manos.

El hombre mociona a que se acerque, ella aún sostiene aquella caja en sus manos cuando obedece de forma lenta, tímida e incluso temerosa, porque esa imagen frente a ella no puede ser real, debe ser una fantasía, puesto que el dueño de ese cuerpo presente ante sus ojos le habían informado que había muerto hace demasiado tiempo y eso era algo que recordaba a la perfección, o tal vez su mente simplemente había implantado la muerte como burla a su inteligencia, no estaba segura. Cuando llegó frente a él simplemente levantó la vista notando como sus ojos le sonreían, no necesitaba hablar, sabía que la observaba hermosa, con las curvas que siempre había querido tener o que poseía, mas simplemente bella como él había profesado verla tanto tiempo atrás o tal vez sólo habían sido días, pero eso ya no era importante, él estaba allí, frente a ella, con esos ojos negros clavados en los suyos.

Sintió como sus manos acariciaban su pálida piel, era real, no era un recuerdo de su subconsciente ni un engaño de su mente, el tacto hacía que la situación fuese verdadera y el hombre suavemente deslizó la caja de las manos finas de la joven para dejarla a un costado y poder sonreír con tranquilidad tomándola de sus finos dedos con delicadeza - Ven conmigo... mi bella dama... - Susurró aquella sombra como si su voz perteneciera a un hombre de carne y hueso, alguien que podría llevársela de ese lugar, a lo cual ella sonriendo simplemente se dejó guiar hasta una puerta que había aparecido en la pared norte de la habitación, podría jurar que sólo hacía unos momentos esa pared estaba complétamente hecha de roca sólida pero ahora allí existía una puerta.

Todo comenzó a perder firmeza cuando ella se encontraba a un par de metros de la puerta, la mano de aquel hombre se escabulló de entre las suyas como si se hubiera evaporado pero ella lo podía ver, aunque ahora no era más que un ser transparente con una hermosa sonrisa en el rostro y que haciendo una leve reverencia se dio media vuelta para marchar por la puerta que en ese momento desapareció. Sus ojos se enseguecieron y un grito ahogado salió de sus labios, al menos eso había intentado hacer pero se había quedado atrapado en su garganta, algo hacía presión en la misma, un calor abrazador recorría ahora su cuerpo y la hacía temer pero al mismo tiempo reír a carcajadas como si la locura se hubiera apoderado de su mente por completo.

Hombres y mujeres se acomodaban a su alrededor, la mujer tenía una sonrisa en el rostro a pesar de sus circunstancias, estaba perdida hasta que finalmente la vida se hizo cargo de lo que restaba de su cuerpo físico y las llamas terminaron por consumirla hasta el último cabello rizado de su hermosa y castaña cabellera - Nadie nunca más verá esos ojos - Murmuró una mujer con desprecio, mientras tomaba la mano de su hijo menor y se retiraba de la plaza pública donde acababan de matar a una mujer que había amenazado sus vidas de forma sutil y despiadada, con sus ojos color café habría podido imnotizar a todos los hombres de la comarca y ahora lo haría, simplemente se apoderaría de sus mentes en sueños... pero eso... eso es historia de otro momento.

El retrato

El blanco lienzo se mostraba ante el artista como lo que era, la pureza infinita antes de ser mancillada con los colores que en su paleta se encontraban, pero era necesario hacerlo puesto que la imagen que preservaría ese lienzo durante muchos años sería la de una dama, la misma que se encontraba sentada a unos metros del artista y miraba hacia un punto que le había llamado la atención al parecer. Con delicadeza la mano del creador de tal obra de arte futura comenzó a hacer los trazos en carboncillo, preparando las facciones y el bosquejo principal para poder realizar luego la pintura en sí, captando las emociones presentes en el rostro de la bellísima dama frente a él y que tanto le causaba curiosidad.

Sus rostro era como la más fina de seda a la vista, su piel blanca como el algodón más puro era lo más atrayente en el momento en que los ojos de uno se posaba sobre ella por primera vez, pero lo más curioso era el color rojo carmesí de sus labios y el verde profundo de sus ojos, junto con su cabellera larga y sedosa colora azabache, toda una rareza. Su mirada seguía perdida en un punto del salón en el cual se llevaba a cabo el retrato de su imagen para la eternidad, o eso era lo que ella consideraba, pero su mente estaba más lejos de lo que cualquiera podría notarlo y solo sus pensamientos se arremolinaban en ella misma, causando estragos internos que en la superficie no eran notables por ningún gesto alguno.

El artista siguió con su obra, dejando de lado el carboncillo comenzó con la paleta de colores a delinear los vivos colores del retrato a pesar de la sombría situación del salón, iluminado solamente por velas y candelabros, mientras el silencioso paso del pincel por el lienzo era prácticamente lo único que se podía escuchar, puesto que ni la respiración se oía mientras el tiempo pasaba sin piedad. La doncella no podía alejar de sus pensamientos aquellas duras palabras, aquellos hechos que habían marcado su vida de tal forma que se sentía desfallecer y solo podía seguir aparentando la sonrisa en su rostro ante todos en su castillo, para evitar levantar la mínima sospecha que pudiera causar más sufrimiento.

La pintura sobre el lienzo tomaba forma, haciendo justicia como podía a tan bella y distinguida dama, quien no cambiaba su expresión, lo cual causó cierta sorpresa al pintor pues era generalmente un alma alegre, una sonrisa no salía de sus labios desde que habían cerrado las puertas y los habían dejado solos, pero no lograba reunir el coraje para preguntar, no era su lugar. Con las horas que pasaban en silencio, solo las sombras creadas por el fuego de las velas lograba hacer compañía a las dos personas, tanto pintor como modelo de aquel retrato que finalmente estaba tomando la forma que sería observada por años y años.

Con un poco más de tiempo mientras que las sombras los acompañaban y se escuchaban ciertos goteos de la cera de la vela al caer al suelo de mármol negro que cubría la habitación, el retrato estuvo listo para ser observado por tan bella y graciosa modelo, así como dueña ahora del mismo, pero en vez de levantarse y dirigirse hacia el cuadro para darle una mirada, la joven se puso de pie dirigiéndose a la puerta. El artista sorprendido no dijo palabra alguna, simplemente la dejó marchar pensando que tenía algún motivo personal y que luego vería el retrato, pero la verdad era que ese retrato nunca sería observado por nadie, fue envuelto en seda y guardado en una torre, volviéndose una curiosidad que no sería develada en un momento cercano.

martes, 18 de octubre de 2011

Lágrima Carmesí


Caminaba sola por las calles desiertas de aquella ciudad, la noche se había cernido sobre la misma hacía muchas horas pero la joven no se detenía aunque su paso no era precisamente energético, sino pausado, como si no tuviera prisa alguna de llegar a destino... como si no tuviera un destino al cual congraciar con su presencia. Poco a poco las personas a su alrededor disminuían puesto que se iba haciendo más tarde de lo que ella habría notado, si tan solo le estuviera prestando atención al paso del tiempo, a como el tick tack iba llevándose lo que ella no quería perder pero al mismo tiempo deseaba olvidar.


Levantó la vista para encontrarse con la luna que le brindaba un hermoso paisaje, medio cubierta por las nubes que se mostraba en el cielo y al dejarse ver en todo su esplendor se notaba que solo era la mitad de este astro, pero a ella le gustaba observarlo en cualquier fase que se encontrase, incluso la buscaba en luna nueva, cuando su rostro se esconde de todos en el firmamento. Un suspiro pasó por entre sus labios, esta noche no había una sonrisa como reacción a tal vista, como solía ser, sino que aquel respiro fue todo y continuó caminando a paso lento y sin dirección fija hasta llegar a una calle más o menos familiar de nuevo.


Dejó que su cuerpo se tomase un descanso contra la pared del edificio, las luces en el techo titilaban de un color azul fuerte o más bien violeta, una excentricidad del dueño, ella lo sabía, pero simplemente ignoró la luz, ignoró el cielo, ignoró todo lo que la rodeaba y cerró los ojos por un momento, simplemente dejándose empapar por lo que en su interior sentía. Un leve jadeo escapó esta vez de entre sus labios, pero allí quedó pues los cerró para que nada más pudiera pasar de estos y con un suspiro, un par de gotas carmesí rodaron lentamente por sus mejillas... si alguien le hubiera dicho que algún día estaría llorando sangre... se hubiera burlado de quien se atreviese a dar tal descabellada idea y lo asesinaría allí mismo...


Levantó la mano y con el dorso de la misma se secó aquella infame lágrima que osaba salir de entre sus párpados, desafiando toda ley que ella conociera y simplemente causando que aquello que guardaba en su interior cobrase más fuerza y pujara por salir con más intensidad que antes, causando que otro jadeo saliera de entre sus labios y esta vez lo detuvo tapándose la boca. No iba a permitir que la dominara, que esas emociones en su interior hicieran de ella un pedazo de persona, ni que sus nervios se destrozaran, tenía que evitarlo a toda costa... Así que se despegó de aquella pared de ladrillos y comenzó de nuevo la caminata... Esta vez más determinada que nunca, sin rumbo de nuevo, pero determinada a no volver a dejar salir... Otra lágrima carmesí...

miércoles, 12 de octubre de 2011

Sangre y Risas

Caminó tambaleante por los pasillos, los pisos de mármol blanco parecían no llevarla a ningún lugar y las paredes bañadas por la luz de la luna llena que se colaba por algunas de las ventanas tampoco ayudaban a su sentido de la dirección. Miró hacia abajo, solo un camisón de seda cubría su cuerpo, sus pies desnudos en el frío de la noche no la hicieron sentir que algo estaba fuera de lugar, pero la sensación de miedo o espanto que la hizo voltear le pareció algo irracional, puesto que se encontraba sola y no corría peligro alguno en su propio castillo.

El miedo siguió en su rostro a la vez que la mirada bajaba al piso, pues detrás de ella unas extrañas huellas seguían sus pasos, o más bien, eran sus propios pasos pero ella no podía notar nada en las plantas de sus pies que pudieran hacer tales marcas, hasta que los observó un poco mejor. El horror de lo que su vista le demostraba era algo que no tenía precio, sangre, ese elixir que corre por las venas de cualquiera que habita esta Tierra y sus pies estaban pintados de aquello dejando a su paso marcas distintivas.

Lágrimas comenzaron a caer de sus ojos pasando por sus mejillas hasta caer de su rostro hacia el piso, mezclándose lentamente con la sangre que ya se encontraba en el mismo, bajo sus pies y sus manos cubrieron rápidamente lo que se consideraría su vergüenza o tristeza o tal vez algo que no se sabría definir con palabras. Los sollozos acompañaron a aquellas perlas de agua que brotaban de sus ojos con persistencia como si no tuvieran intenciones de detenerse nunca jamás, por un momento tuvo que guardar más silencio puesto que creyó que alguien se acercaba pero no era así y siguió en esa posición por un rato más.

Unos pasos silenciosos se acercaron, más bien parecía un sonido rastrero extendido por los pasillos desiertos de aquel imponente castillo, cuando aquello se detuvo el sollozo de la bella dama se fue convirtiendo levemente en una leve risa que fue creciendo en tamaño e intensidad hasta convertirse en una carcajada. Cualquiera que la viera o conociera diría que perdió la cordura pero no era así, simplemente por primera vez en su vida, podía liberarse de las cadenas que la habían oprimido durante tanto tiempo, amarrándola a una farsa que ya no soportaba llevar al igual que una máscara ante la sociedad que no le hacía justicia.

Con un estruendo las luces se encendieron en el corredor donde ella se encontraba, su ropa de noche había sido convertida en un precioso vestido rojo con detalles en oro y plata que acentuaban su figura de formas que no podrían ser descritas con facilidad para los mortales, finalmente era libre. La rastrera criatura que la había estado siguiendo subió hasta su cintura para convertirse en un cinturón de oro cuyo broche era al mismo tiempo aterrador e imposible de alejar los ojos de él, por su rareza.

Una copa apareció en su mano izquierda, de oro la muy maldita y con una sonrisa en su rostro acercó la misma para tomar solo por un instante un respiro de la misma, el aroma era extraño para muchos, delicioso para la dama - La mejor cosecha en cien años - Fueron las palabras que salieron de sus labios antes de beberse el contenido de la copa y caminar en dirección a sus aposentos donde la esperaba el descanso que tanto anhelaba, puesto que dormiría por un par de días o tal vez meses hasta que tuviera de nuevo esa necesidad que la carcomía por dentro y tuviera que volver a llenar aquella copa de oro.